martes, 26 de octubre de 2021

Mejor lejos de los mitos

Por Hernán Carbonel

No llegué a cursar Gráfica III con Martín Malharro simplemente porque no llegué a cursar el último año. Abandoné antes la carrera, un poco por mis propias incapacidades como alumno, sobre todo por la crisis de 2001, que dejó a buena parte de la ciudad de La Plata y al país entero mirando hacia el fondo del pozo.

Sí recuerdo ir hasta el final del famoso pasillo de calle 44, casi al borde de la escalera, y ver el mítico salón donde él daba clases, con sus máquinas de escribir ordenadas en cuatro o cinco perfectas hileras horizontales: bastaba pasar por la puerta de esa aula para saber que ahí se craneaban grandes cosas; la libido intelectual flotaba en el aire.

Pero sí me di el gusto de hacer un seminario de literatura policial con Martín. Y puedo decir que grande parte de lo que sé del género –que no es poco, porque hay que ser un poquitín necio para no apreciar la relevancia del policial como espejo de la sociedad en la que vivimos– lo sé gracias a Malharro.

Recuerdo sus tazas de café en el escritorio, el cigarro en la mano (¡en esa época se podía fumar en las aulas!), el bigote mostacho adelantándose por unos centímetros al resto del cuerpo. Y su voz: no me pidan que la describa; no podría; pero si volviera a escucharla, en medio de otras miles y miles de voces que he escuchado desde los ’90 hasta acá, la identificaría invariablemente.

De aquel seminario recuerdo más de lo que yo mismo podría creer. Voy con algunas:

El sabor amargo de la derrota en todo final de novela negra (eso está en Calibre .45 casi textualmente). La ubicación en la página de esa hermosa frase de El largo adiós que el Gordo Soriano usó para su Triste, solitario y final. La anécdota que el Tano Dal Masetto le había contado sobre Siempre es difícil volver a casa, la noticia que había leído en un diario de Río de Janeiro sobre un robo tipo comando en un pueblo cercano, mientras tomaba sol en la playa. Su preferencia por el hard-boiled norteamericano por sobre los entreveros en formato inglés. El enigma de El enigma de la calle Arcos, considerada la primera gran novela de género policial en Argentina, y el halo de misterio que rodeaba a su autor, ya que claramente Sauli Lostal era un seudónimo.

Y así podría seguir horas y horas.

Pero mejor, para terminar, una anécdota que contó en una de las últimas clases de aquel seminario, de pie en medio del pasillo, entre dos filas de bancos, de espaldas a la puerta, mientras por la ventana el sol entraba desde Avenida 44 y regaba la clase con un aura sugerente: no por tomar whisky como Raymond Chandler vas a escribir como Raymond Chandler. Primero escribí, después bebé. O bebé mientras escribas, pero escribí. Eso, o algo así, dijo. Había tenido Martín un amigo que había caído bajo la telaraña de esa falsa construcción, pero en vez de haberse convertido en autor novelas policiales, terminó como parrillero en un restaurante a la vera de la ruta cerca de Dolores.

No importaba si la anécdota era real o ficticia. Lo que importaba era que Martin nos estaba diciendo que no nos enamoráramos de los mitos; que escribiéramos sin mitificar la literatura ni mitificarnos a nosotros mismos.

Bueno, acá estamos, entonces, nosotros, leyéndolo a Martín. No tenemos una parrilla cerca de Dolores ni somos parrilleros, aunque cultivemos el sagrado rito de hacer asado; no nos convertimos en grandes autores del género policial y, a qué mentirse, cada tanto nos tomamos nuestros buenos wiskis, pero sí hay un hecho insoslayable, y es que aprendimos a leer el género policial con ojos que no serían lo que son si no hubieran pasado por los suyos.

Los martes en que aprendimos a escribir

Por Joaquín Hidalgo

Un duro de peluche. Así lo definió Wenceslao en aquel turbulento 2001, alumno como yo de Gráfica 3, la materia que dictaba, pucho en mano, Martín Malharro. Sin querer o queriendo, vaya uno a saber ahora, echaba mano del viejo truco de describirlo como nos había enseñado el propio Malharro.

La materia la cursábamos los martes a la noche. Y salíamos en tal estado de excitación que, indefectiblemente, cada martes de aquel año de mierda terminábamos haciendo una vaquita para tirar un pedazo de carne al horno –único día en que los estudiantes nos dábamos ese gusto– y comprar varias botellas de vino.

Esa cena era un recreo y era también un ritual. En esa casa de estudiantes todos cursábamos con Malharro y todos, al día siguiente, empezábamos a leer como posesos una cantidad de textos que parecía imposible, literatura policial casi toda, de la negra y de las otras, tal cantidad de libros que nunca habíamos digerido antes en nuestras vidas. Así se aprendía a escribir, decía Malharro.

Es que leer es escribir, decía más o menos, pero para escribir hay que saber que la materia que se tiene entre manos es tan artificiosa como construir una pared de ladrillos. “Si falla una palabra, falla la pared”, decía Malharro. Y en unas clases cuya dinámica sería hoy cuestionada no sin razón por el progresismo del bienestar, nos hacía pedazos con sarcasmos y ocurrencias sobre la falsa escuadra de nuestros muros, lo ingenuo de las metáforas y el inútil esfuerzo de bocetar en las páginas algo parecido a una literatura creíble.

Ya desde el primer ejercicio fue lapidario y dio el tono de toda la materia. Había que describir el frente de la escuela primaria. “Hacer periodismo narrativo es describir”, ensañaba. En cinco líneas y cinco minutos había que meter esa escuela en la página. La mía había sido una escuela más o menos modelo dentro de las públicas de Mendoza. Y escribí algo sobre el frente de esa escuela que me parecía le hacía justicia.

Malharro se acercó y, con el pucho que sostenía entre el índice y el dedo corazón, me señaló: “A ver vos, leé”. Debo haber puesto cara de Rodolfo Walsh en esa foto clásica en que se lo ve con la cámara colgada al cuello y me tiré al recuerdo que decía la página como si estuviera narrando un golpe de estado o un asalto a cualquier Moncada. Esa era la tensión que generaba Malharro. Tensión que cuando terminé de leer se convirtió en un silencio de plomo.

El tipo se pasó la misma mano con el mismo pucho por la calva, calibrando el texto con su bigote tupido a lo Nietzsche; y sorbiendo fuerte los mocos, disparó a quemarropa:

–Es una bosta. Una escuela de mierda –dijo– Una en la que estudió Heidi. Empezá de nuevo.

A la cuarta vez que escribí el frente de la escuela, entre humillado y desafiado –esa es una magia que algunos maestros saben manejar– emergió del papel tal como la debía ver un lector. Un raro prodigio en esa hoja ver la escuela Domingo Faustino Sarmiento, con su arquitectura de la década de 1950 desentonando en un barrio residencial, el patio de baldosones rojos que huele a lampazo y kerosén, en el que los únicos datos de una escuela pública de provincia son el mástil y el bebedero azul al que le faltan algunas venecitas.

En cada uno de esos martes de parir tinta, de ensayar metáforas geniales que eran en verdad mediocres y de largas cenas catárticas de vino y carne, a trompada limpia con la literatura negra aprendimos a escribir. Pero sobre todo aprendimos a leer bien. A ver el artificio del albañil que hace que la pared sea algo más que una pila de ladrillos.

En los años que siguieron alguna vez me lo crucé en el Británico –una suerte de oficina para Malharro– y pesqué algunos textos que escribió en diarios y revistas, a los que calibré por la magia de su artificio acordándome del juicioso bigote. Me entristeció su muerte tiempo atrás. Cuando nos vemos con los periodistas que cursaron Gráfica 3 siempre recordamos alguna anécdota de la cursada. Perecía un tipo de bronce por los gestos duros y fríos con los que nos proponía ser mejores escritores, pero los cenadores de aquellos martes de 2001 sabíamos que Martín Malharro era, ante todo, un duro de peluche.

 

lunes, 25 de octubre de 2021

Autor del mes: Martín Arturo Malharro

Martín Arturo Malharro nació en 1952 y murió en 2015. Periodista, novelista y docente, bisnieto del reconocido ilustrador, pintor, crítico y pedagogo Martín Malharro. Fue uno de los docentes más destacados en la Facultad de Comunicación Social de la UNLP. Trabajó en diferentes agencias de noticias y recorrió varios continentes como cronista, donde cubrió distintos conflictos bélicos, sociales y tribales. Trabajó en El Porteño, Siete Días, Página/30 y Humor, y publicó una serie de libros sobre la historia de los medios gráficos y los derechos humanos. Su tetralogía de novelas “La balada del Británico” está compuesta por Banco de niebla, Calibre.45, Carne seca y Cartas marcadas.

miércoles, 6 de octubre de 2021

Autor del mes: Tomás Downey

 

Tomás Downey nació en la ciudad de Buenos Aires en 1984. Es narrador, docente, traductor y guionista. Publicó los libros de cuento Acá el tiempo es otra cosa (2015) El lugar donde mueren los pájaros (2017) y Flores que se abren de noche (2021). Fue primer premio del Fondo Nacional de las Artes, finalista del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, beca del Fondo Nacional de las Artes y ganador del primer concurso de literatura de la Fundación María Elena Walsh. Participó en varias antologías y publicó relatos y artículos en medios gráficos de Argentina, Uruguay, Colombia, Costa Rica, España y Estados Unidos.

viernes, 20 de agosto de 2021

Autora del mes: Débora Mundani

 


Débora Mundani nació en Buenos Aires en 1972. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UBA. Su novela Batán obtuvo el segundo lugar del premio del Fondo Nacional de las Artes y el segundo lugar del Premio Clarín de Novela. Por su novela El río fue primera mención del Premio Internacional Letra Sur, del Premio Clarín de Novela y del premio Casa de las Américas. En 2018 publicó su tercera novela, La convención. Algunos de sus cuentos fueron publicados en antologías.

viernes, 30 de julio de 2021

Recomendados: Cuentos sobre el río


   
Horacio Quiroga: "A la deriva"
https://www.literatura.us/quiroga/deriva.html


Daniel Moyano: "Para que no entre la muerte"
https://revistacarapachay.com/2016/12/07/7/


Cecilia Ferreiroa: “La vuelta mala”
https://www.eternacadencia.com.ar/blog/ficcion/item/la-vuelta-mala.html


Carlos Costa: "La balandra"
https://www.costacarlos.com.ar/la-balandra/


Haroldo Conti: "Todos los veranos"
http://servicios.abc.gov.ar/lainstitucion/programaddhhyeducacion/destacado_biblioteca/pdf/todoslosveranos.pdf


Borges: "El otro"
https://campus.almagro.ort.edu.ar/lengua/articulo/529833/cuento-el-otro-de-jorge-luis-borges


Raymond Carver: "Tanta agua cerca de casa"
https://www.literatura.us/idiomas/rc_tanta.html


Ambrose Bierce: "El puente sobre el Río Búho"
https://www.literatura.us/idiomas/ab_puente.html


Ernest Hemingway: "El río de dos corazones"
https://www.literatura.us/idiomas/eh_elrio.html


Miguel Briante: "Hombre en la orilla"


Antonio Dal Masetto: "Reunión"


Ricardo Piglia: "El tigre", "El impenetrable"


Juan José Manauta: "El tigre", "El llevador de almas"


Inés Garland y Mario Méndez

Mario Méndez nació en Mar del Plata. Es escritor, editor, maestro egresado del Colegio Mariano Acosta y docente universitario. Estudió Realización Cinematográfica, en la Escuela de Cine de Avellaneda, y Edición, en la UBA. Coordina ciclos de encuentros con autores y de cine y literatura en el Programa Bibliotecas para armar. Ha trabajado con niños en situación de calle, participa del Colectivo Lij y milita por los Derechos Humanos. Es autor de numerosos cuentos y novelas para niños y jóvenes. Ha recibido premios de la Universidad de Mar del Plata, Amnistía Internacional Argentina, Fantasía de Narrativa y el destacado de ALIJA.


 

 

 

Inés Garland nació en Buenos Aires. Es narradora y traductora. Ha publicado las novelas El rey de los centauros, Piedra, papel o tijera, Una vida más verdadera y los libro de cuentos Una reina perfecta, La arquitectura del océano y Con la espada de mi boca. También publicó novelas para niños: El jefe de la manada, Los ojos de la noche y Lilo. Su cuento 'Las Otras Islas' fue incluido en la antología de cuentos homónima que evoca a través de las ficciones de distintos autores argentinos, la guerra de las Malvinas. Ha obtenido los premios del Fondo Nacional de las Artes, del Concurso Iberamericano de Cuentos de la Fundación Avon, el Deutscher Jugendliteraturpreis y de Literatura Infantil Ala Delta. Sus libros fueron traducidos a varios idiomas.

Mauricio Koch

 
 
Mauricio Koch nació en Villa Ballester, en 1974, y creció en Hernández, Entre Ríos. Su cuento Cenizas fue premiado en el Concurso Haroldo Conti, en 2007. Su libro de cuentos El lugar de las despedidas (La Parte Maldita, 2014) recibió el 2° Premio en el Concurso Nacional de Narrativa Eugenio Cambaceres, organizado por la Biblioteca Nacional. En 2016 publicó Cuadernos de crianza (Paidós), un diario íntimo sobre la relación con su hija, Gretel. Los silencios (Conejos, 2017) fue su primera novela. Baltasar contra el olvido (Obloshka, 2020) es su segunda novela. Fue corrector de textos en editorial Atlántida y organiza y coordina el ciclo de lectura Bienvenido Bob, por donde han pasado destacados jóvenes narradores argentinos.

martes, 4 de mayo de 2021

Autora del mes: Eugenia Almeida


Eugenia Almeida nació en Córdoba en 1972. Poeta, narradora, periodista y docente. Lleva adelante la columna radial “Las palabras y las cosas” en la FM de la Universidad Nacional de Córdoba. Ha publicado las novelas El colectivo, La pieza del fondo y La tensión del umbral, el tomo de poesía La boca de la tormenta y el ensayo Inundación. El lenguaje secreto del que estamos hechos. Ha obtenido el Premio Internacional de Novela Dos Orillas, el Premio Alberto Burnichón y el Premio Transfuge (Francia) y fue finalista del Prix des lecteurs et lectrices Critiques Libres.com 2010, del XVII Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos y del Prix des lectures de la ville de Vincennes.

Federico Jeanmaire

 


Federico Jeanmaire nació en Baradero en 1957. Es Licenciado en Letras, ha sido profesor en la Universidad de Buenos Aires y ejerce como bibliotecario.  Es autor de las novelas Miguel (finalista del Premio Herralde), Prólogo anotado, Montevideo, Mitre (Premio Especial Ricardo Rojas), Papá, Países Bajos, Vida interior (Premio Emecé), Más liviano que el aire (Premio Clarín), La guerra civil, Fernández mata a Fernández, Las madres no les decimos esas cosas a las hijas, Tacos altos y Amores enanos, entre otros títulos de ensayos y libros para niños. Ha sido becado en varias oportunidades, lo que le permitió vivir en distintos países de Europa.

Entrevista a Ariel Dilon

Encuentro mensual de Coda 

 ¿Cómo fue traducir lo que uno sospecha es un despelote verbal del París de 1959 a las jergas argentas?

En primer lugar, es importante saber cómo surgió el proyecto de traducir Zazie. Está escrito en una lengua muy, muy particular, que mezcla toda esa clase de slangs y argots de los suburbios parisinos con una serie de invenciones del propio Queneau que son palabas valija, palabas compuestas, rarezas de toda clase, importaciones de otras lenguas. Queneau se dio todas las libertades. Como si hubiera inventado la lengua que necesitaba para contar esta historia. Es un libro que conozco desde hace muchos años, vía ediciones en español que no recuperan en absoluto, ni siquiera lo intentan, la lengua de Queneau a un equivalente a esa libertad o esa invención verbal sin freno. Además, en Argentina no se conseguía ninguna de esas dos ediciones. Por supuesto que nunca vamos a llegar a la lengua de Queneau, porque eso sería como Pierre Menard.


La copia idéntica en otro momento del tiempo.

Claro. Lo que uno hace es imaginar qué libro sería este si estuviera escrito en mi lengua. Y ahí coincidían dos factores. Uno, es que no es posible trasladar semejante repertorio de argots y de palabras inventadas a una lengua “neutra”. Es imposible que el famoso español neutro dé cuenta de esa libertad de invención, porque no tiene las herramientas. En cambio, teniendo cierta noción del francés, uno se da cuenta de que equis palabra podría ser tal. Familiaridad, ternura, humor, el color descriptivo de las palabras. La lengua provinciana, local, con la que crecemos, con la que nos formamos, jugamos, compartimos experiencias todos los días. La historia de Zazie es tan caprichosa, tan absurda y tan juguetona que todo descansa en la lengua en que está escrita.


Es una lectura de la que, sabés como lector, se te van a escapar cosas. Eso implica un esfuerzo.

Es que naturalizar las opciones de Queneau habría implicado aplanarlo, convertirlo en un libro escrito en Argentina, y habría perdido toda su singularidad. A los lectores se les puede pedir ese esfuerzo, así como a nosotros nos pasa con algo traducido en España. No le podemos pedir a Javier Marías que escriba en porteño porque nosotros no toleramos que haya un “gilipolla”. Y viceversa: ellos se tienen que bancar nuestros “boludo”. Hay que estar dispuesto al corrimiento de los propios códigos, del propio ambiente, y leer algo que esté dislocado, como ocurre con toda la literatura de vanguardia y como ocurre con esta novela. Y que a pesar de que haya un pendorcho, un cagón, un purreta, uno sienta que eso es París, y que los personajes no son de acá a la vuelta, sino que son con como los de acá a la vuelta, porque hay algo universalmente humano, pero tienen su lugar de pertenencia. Aunque sean inventados, porque no tenemos la certeza de que Queneau haya retratado la sociedad francesa de 1959. Retrató más que nada su cabeza.


Es que, e insisto con esto, Zazie desafía al lector, lo incomoda. Aquello que dijo Queneau, “en Zazie en el metro hice lo que me dio la gana”.

Hay que empezar por comprender que Queneau no les dio la más mínima ayuda a sus lectores. No sólo que la novela tiene un léxico muy extravagante, muy complejo y muy híbrido, sino que además hay saltos temporales, cambios de escenarios abruptos. Eso es parte del haber hecho lo que se le dio la gana. Es como si no hubiese rendido tributo a ninguna reclamación de verosimilitud, como si las conexiones entre una parte y otra del libro fueran completamente internas, respondieran a un capricho poético. No hay ningún tramite, no hay escenas de pasaje que informen. Queneau da el salto y le pide al lector que dé el salto con él, que se suelte, que disfrute con eso. Incluso hay un personaje que cambia de personalidad, de nombre, que es y no es el mismo. Toda clase de caprichos.


Y Queneau se ríe de nosotros como lectores, porque es muy metatextual la novela.

Sí. Incluso hay un momento en que uno de los personajes insulta al autor y enseguida le pide perdón.


Y en un mismo guión de diálogo hablan dos personajes.

Es como si fuera un músico que, además de inventar la melodía y el compás, inventara el sistema de notación. Ese fragmento que decís es un invento de la notación. Porque nosotros no podemos más que leer linealmente, primero al uno, luego al otro, y después, en la aclaración de dialogo, al narrador. Hay tres voces en una misma línea. Porque la lengua es lineal. Y al mismo tiempo hay un comentario jocoso sobre la propia imposibilidad de hacer esto.

jueves, 11 de febrero de 2021

La autora del mes: Valeria Tentoni

Valeria Tentoni nació en Bahía Blanca en 1985. Se graduó como abogada y es periodista y escritora. Desde 2011 coordina la Audioteca de poesía contemporánea. Participó como guionista de El abrigo del viento, de Romina Haurie. Publicó los libros de poesía Batalla sonora (2009), Ajuar (2011) y Antitierra (varias ediciones), Hologramas (2018) y Piedras preciosas (2018, 2019) y los tomos de cuento El sistema del silencio (2012) y Furia diamante (2018, 2019).

 

Fue incluida en distintas antologías como Transfronterizas. 38 poetas latinoamericanas, Penúltimos. 33 poetas de Argentina, Nuevas narradoras argentinas, Lo infraordinario y Extremas.


Indio Solari. Los recuerdos mienten un poco.


Los que crecimos al amparo de la magia ricotera –tres décadas bajo ese pulso- sabemos lo que significan esas letras supuestamente indescifrables, el bailecito en círculos con los brazos flameando, los lacerantes estiletazos de guitarra de Skay Beillinson, la misa, el pogo, la magia. Quizás por eso Los recuerdos mienten un poco se convirtió en un objeto necesario para alimentar ese pulso. Estas memorias llegan luego de El delito americano en versión historieta, retazos de esa obra total que Solari escribe desde hace casi una vida y aún no acepta publicar, y de su último disco, El ruiseñor, el amor y la muerte.

El título del libro proviene de la canción “Perdiendo el tiempo”, del disco dos de Lobo suelto, cordero atado, abre con una cita a Leonard Cohen (“Aunque he olvidado la mitad de mi vida, todavía recuerdo esto”, y, sabemos, toda memoria tiene algo de ficticio en su reconstrucción), y está vertebrado bajo un diálogo entre el fisgón y el confidente, Marcelo Figueras e Indio. “Recuerdos que mienten un poco funciona como el perfecto complemento de la obra solariana”, dijo Figueras: “la hace estallar en mil pedazos, reconfigura cada fragmento y vuelve a ensamblarla en un todo nuevo más amplio”.

Ahí está el mago de mil caravanas, narrando su infancia en la Entre Ríos natal (“Me acuerdo más de eso que de lo que comí anoche”); la mudanza a La Plata, el cine como primera expresión artística, el enamoramiento de “gente grande que tenía actitudes más riesgosas que las mías”; la psicodelia, “infectar la cultura a través del arte”, los años maravillosos “en los que la libertad te brotaba por los ojos”, el pensamiento de izquierda, los primeros años de la troupe ricotera, las situaciones dionisíacas: “uno no quería cambiar la sociedad, quería cambiar al hombre”. Pero, se sabe, amigos, “todo lo que triunfa se transforma en un poster”.

“Yo tengo la suerte”, dice Solari, confesional, autocomplaciente, “de que el público de Los Redondos haya proyectado sobre mí ciertas destrezas o aptitudes (...) que, si yo tuviese que reivindicar en un examen, probablemente no aprobaría”, y saborea: “la ventaja que tiene eso es que te da permiso para ser mejor”.

Intacta su capacidad de analista político, crítico de las estructuras de poder, empático con los marginales. “A veces pienso que la especie humana es un experimento que no salió del todo bien”, dice, y conquista. Lo saben muy bien aquellos que gustan cargarse el mote de ricoteros.

Nunca es demasiado. Fernando Samalea.

 

Baterista, percusionista, bandoneonista, ser espiritual, discípulo de Jodorowsky, hombre de una memoria prodigiosa o de una tenacidad obsesiva por tomar apuntes; vagabundo productivo, hedonista, alguien que “camina absorbiendo el presente”; el que tocó con todos (Melingo, Estelares, Dacal, Lizarazu, Manzanera, Sexteto Irreal, el clan Ortega, miles más), dueño de “todas las vidas que me hubiera gustado tener”, según respalda el crooner francés Benjamin Biolay en uno de los prólogos (el otro corresponde al colombiano Sandro Romero Rey).
Así es como pinta y se pinta Fernando Samalea en Nunca es demasiado. Una larga historia en el rock, tercer y última entrega de una saga que comenzara con Mientras otros duermen (2017) y Qué es un longplay (2015). El libro es una “manera atrevida de vivir otra vez los recuerdos, aun en medio de un presente vertiginoso”, y ese presente incluye centros culturales, teatros, museos, hoteles, bares, aviones y caminatas por Europa, Japón y los EEUU, recitales, reuniones con amigos, personajes del rock y el arte en general, segmentado en una decena de capítulos con extensos subtítulos, no exentos de humor, a la manera de los viajeros del Siglo XIX.
Ese incansable andar acompaña también las vastas ocurrencias de Charly García, “Nuestro Héroe Nacional”, “una usina creativa constante”; la travesía en moto de 11 mil kilómetros por Sudamérica junto a la cantante y artista plástica Marina Fages, veinticuatro conciertos incluidos; o escenas hilarantes, como cuando descubre que un desconocido se ha hecho pasar por él para beber y comer gratis en un bar porteño durante un año. Con citas a Fernando Noy, Marta Minujín y George Gershwin y una cuidada selección de fotografías a color, todo se sumará, como dice Alejandro Terán, “al anecdotario de la vida surrealista del músico”.

Charla con Guillermo Martínez

Fragmento del encuentro mensual de Coda

 


Si uno termina Acerca de Roderer, tu primera novela, y automáticamente empieza Crímenes imperceptibles, se puede encontrar ahí una continuidad: la salida del pueblo y el viaje al exterior, Seldom, la matemática, la lógica, ese hálito de misterio.

Es un pequeño juego que suele haber en mis novelas. En Yo también tuve una novia bisexual se supone que el profesor estudió las dicotomías de la crítica literaria, y en la novela que estoy escribiendo ahora aparece esa idea. Es como si hubiera rastros de una vida diseminadas en varios personajes. Cuando escribí Acerca de Roderer, Seldom era apenas un apellido que se me había ocurrido para darle fundamento a un teorema, y luego construí el personaje de Arthur Seldom a partir de ese nombre.

Se han hecho muchas ediciones de Acerca de Roderer, desde las pocket hasta las de tapa dura.

Tengo una anécdota muy buena sobre esa colección de La Nación.

La de tapa azul.

Exactamente. Yo estaba súper orgulloso de esa edición, porque era como el último nombre entre Borges, Bioy Casares... una colección extraordinaria. Y recuerdo que mi mamá la vio en un kiosco y estaba indignada, porque era muy barata, y entonces me llamó para decirme que no me dejara estafar, que la estaban vendiendo muy barata, y yo le dije: mamá, posiblemente esto es lo mejor que me va a pasar en la vida.

Hay toda una mitología familiar, que ya has contado antes, en torno al certamen literario de entrecasa que organizaba su padre.

Sí, ya estoy un poco condenado a contarlo. Mi papá era muy fanático de la educación. Era docente, lideraba las ferias de ciencias, llevaba a sus alumnos de viaje. Y también lo era con sus hijos. Nos enseñaba matemática moderna. Le gustaba todo: la matemática, la literatura, la economía política. Él era ingeniero agrónomo, pero se especializó en economía política. Era un cuadro del Partido Comunista. Incluso fue candidato a intendente por Bahía Blanca. Fue preso, también. Era un personaje. Cuando murió, con mis hermanos hicimos una antología de sus mejores cuentos. Era un escritor extraordinario, muy imaginativo, tenía mucho humor. Por eso a mí nunca me impresionó mucho Aira, porque veía en Aira los cuentos de mi papá esa clase de imaginación un poco disparatada.

Hermoso personaje.

Sí. Y los domingos hacia un certamen literario de entrecasa. Él nos leía una historia, en general eran los cuentitos del señor Porcel, de Landrú, y después nosotros teníamos como tarea, a partir de ese cuento, imaginar otro final, u otros personajes, alguna variante. Y lo más interesante, para lo que fue mi vida posterior, es que él nos corregía en cinco ítems: originalidad, composición, redacción, prolijidad y ortografía. Saquemos prolijidad y ortografía, que ahora cualquiera se arregla con un procesador de texto. Originalidad, composición y redacción son, para mí, todavía hoy, atributos fundamentales, y no los podría separar. Esa fue una gran lección.

 ¿De donde viene tu amor por el policial, qué encontraste en el género?

No diría que es amor. En la adolescencia leí muchas novelas policiales, y fue uno de los grandes placeres. Luego dejé por completo. Ahora: ¿qué encuentro en la clase de policiales que yo escribo? Encuentro dos o tres características para mí muy interesantes. Por un lado, el pacto entre el autor y el lector, que es un pacto de desafío a la inteligencia, a diferencia de otras novelas, que es un pacto de seducción, donde el lector se entrega un poco a la novela y el autor de algún modo lo envuelve. En el policial, desde el principio, el pacto es de desconfianza, de cajas chinas: hay que leer contra lo que está escrito. Leer entre líneas, poner en jaque. Ese pacto tiene que ver con el ajedrez, y con otra pasión que tengo, que es el ilusionismo.

 ¿El ilusionismo?

 Sí, me resulta fascinante. Está esa idea del acto de ilusionismo que es la novela policial.

 Y el ajedrez en Marlowe, el personaje de Chandler, y en algún cuento policial de Castillo.

Claro, en “La cuestión de la dama en el Max Lange”. Y la otra cuestión, volviendo a la novela policial de intriga, que esto no lo tiene el género negro, es que uno tiene la posibilidad de ver, a través de los personajes, los dobleces de la naturaleza humana. Todos los personajes deben ser vistos como sospechosos y deben escudriñarse los motivos, las coartadas, las excusas, y en el transcurso del relato se van desnudando las personas. Es un elemento muy atractivo, confrontar las apariencias de las personas con su verdadero núcleo.

No sé si sos cabulero o creés en ciertos mitos literarios. Imagino que, después de Los crímenes de Alicia, estarás escribiendo una nueva novela. ¿Podés o querés hablar de eso que estás escribiendo?

Hay escritores que no cuentan por cábala, pero hay otro fenómeno, que no es exactamente una cábala, sino que uno no quiere contar para mantener algo de la trama dentro de sí. La escritura de una novela requiere tener cierta especie de intimidad con el material. Es como que, si uno lo cuenta demasiadas veces, algo se abarata. Igual, yo no tengo ningún problema en contar lo básico de lo que estoy escribiendo.

Bueno, entonces, superada esa barrera, pasemos a lo que estas escribiendo.

Es una novela que se llama La última vez. Tiene mucho que ver con una nouvelle de Henry James, La próxima vez. La trama transcurre prácticamente en Barcelona, en los años ’90. El personaje es un escritor argentino que está en el último tramo de su vida, un poco bajo el cuidado de su agente, que es Carmen Balcells y que aparece como Núria Monclús, el nombre ficticio que le dio José Donoso en su novela El jardín de al lado. Es un escritor que tiene mucho éxito, pero que a su vez tiene la sensación de que nadie terminó de reparar en lo que él quiso decir a lo largo de su vida. Es una novela sobre el malentendido. Un malentendido entre lo que el escritor cree que dice, lo que los lectores deciden creer que está escrito, lo que los críticos toman para juzgar una obra. La distancia entre lo sintáctico y la interpretación. Un poco lo que desarrollo Borges en “Pierre Menard”. Lo que uno escribe versus aquello que luego se lee. Alguien que es leído, pero por las razones equivocadas.

Novedades de febrero

Civilizaciones. Laurent Binet (Seix Barral)

Laurent Binet, autor de esa excelente novela que es HHhH (Premio Goncourt de Primera Novela) vuelve al pasado en esta simbiosis de erudición histórica e imaginación desbordante. Civilizaciones está ambientada en 1531, con la llegada de Atahualpa a la España del emperador Carlos V. ¿Cómo habría sido la historia si el Imperio Inca hubiera conquistado Europa?


La preparación de la aventura amorosa. Francisco Bitar (Tusquets)

Cerro se encuentra, a los treinta y pico, de nuevo en el punto de partida de su vida y se pregunta qué es el amor. Entre la insatisfacción y el deseo, ahondará en las huellas de la infancia y la adolescencia y recorrerá ciertos capítulos de su vida. Una historia mínima narrada con una escritura poética y despojada de este joven cuentista, poeta y cronista santafesino.


El hotel de los animales. Jean Garrigue (La Bestia Equilatera)

El hotel de los animales es la única novela de la poeta norteamericana Jean Garrigue. Construida a modo de fábula, es su obra maestra, de gran elegancia verbal, que bordea lo poético, y con un ingenio admirable. Nacida en 1912 y muerta sesenta años después, Garrigue fue “uno de los misterios literarios más importantes del siglo XX”.


Baltasar contra el olvido. Mauricio Koch (Obloshka)


La vida en un pueblo puede limar la existencia de muchos. Más aún si esa vida fue marcada por el asesinato de la madre, y, con ello, la fractura de las intimidades, los estigmas de las clases sociales y las inevitables huellas de los que ostentan el poder. Una voz en primera persona cautivante, oral, cotidiana y pueblerina, que amiga con ese personaje narrador siempre a la busca de una nueva chance: la lucha por la memoria desde la escritura o el dibujo o la evocación.

miércoles, 13 de enero de 2021

El autor del mes: Mark Haddon


Mark Haddon (Northampton, Inglaterra, 1962) es escritor, ilustrador, guionista, pintor y profesor de escritura creativa. Estudió en el Merton College de Oxford y la Universidad de Edimburgo

Ha escrito varios libros para niños y novelas para adultos. Durante muchos años trabajó con personas con limitaciones físicas e intelectuales, lo que contribuyó a la escritura de El curioso incidente del perro a medianoche

La novela se adjudicó los premios Libro del Año Whitbread (2003), Escritores de la Commonwealth como mejor primer libro (2004) y Mejor primer libro para jóvenes lectores (2005) ​. El título remite a una cita del cuento “Silver Blaze”, de Sir Arthur Conan Doyle.

Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin

Hace no muchos años, décadas apenas, vivió en EE.UU. una mujer hermosa. Se llamaba Lucia Berlin. Escribía sobre la soledad, el alcohol, la ciudad, los vínculos sociales, la familia, el desamor, el empleo. Como Carver, como Cheever, recortes de la realidad, la vida misma incrustada en situaciones cotidianas (“lo superfluo es lo que nos tienta”). 

Personajes, femeninos en su mayoría, escondidos en el barro de la historia. Una foto más del lado oscuro del American Way of Life. Lucía Berlin contaba el dolor con ráfagas de belleza. Y lo hacía con un ritmo que por momentos fluye y por momentos se retrae, con un humor delicado, casi inglés, con finales abiertos, cercenando verbos; contando las voces de aquellos que sólo podían ser escuchados por su oído sagaz. Escribía con nervio, sin grises, como quien corta el césped del lenguaje. Dicen que los setenta y seis cuentos que publicó -toda su obra- son su biografía ficcionalizada (“exagero mucho, y a menudo mezclo la realidad con la ficción, pero nunca miento”; “la mujer sobre la que estoy escribiendo (...) está escrita en tercera persona”). 

Nació en Alaska, vivió en asentamientos mineros, en Chile, en México, en más de media docena de ciudades estadounidenses (“debo de llevar doscientas mudanzas a cuestas”). Trabajó como mujer de la limpieza (“las mujeres de la limpieza lo saben todo”), enfermera, telefonista, docente. Fue madre de cuatro hijos, sufrió abandonos y muertes de parejas, publicó entre los ’60 y los ’80 y falleció en 2004. Manual para mujeres de la limpieza -como Stoner, de John Williams- es un maravilloso y necesario rescate reciente de la literatura norteamericana. “Lloro, al fin”, cierra el relato que da título al libro. Vale llorar, sea de alegría, sea de tristeza, al leerla. Vean la foto de solapa: Lucia Berlin era hermosa, como sus relatos.

Bienvenida a casa, de Lucia Berlin

La de Lucia Berlin es una escritura cándida, aunque cuente lo oscuro; es elemental, pero nada ingenua; de un humor sutil, que va al hueso y se desliza con naturalidad, en lo mejor de la línea realista, dura, norteamericana de Carver, Cheever, Hemingway. Las dos selecciones -Manual para mujeres de la limpieza (2019) y Una noche en el paraíso (2016)- se convirtieron en un imprescindible rescate de los setenta y pico de cuentos que publicó en diferentes revistas entre los ’60 y los ‘80: escribía sobre la soledad, el alcohol, los vínculos familiares, el amor y el desamor, los empleos, la metrópolis. Bienvenida a casa. Apuntes biográficos, fotografías y cartas escogidas es la tercera antología de su obra. No ya una vida parapetada detrás de la ficción, sino un modo de la autobiografía fragmentaria. Lo dice Jeff, uno de sus hijos -quien tuvo a su cargo la clasificación del material- en el prólogo: Bienvenida a casa es “una sucesión de recuerdos de los lugares donde se había sentido en casa”.

Dividido en dos grandes secciones, la primera guarda fotografías y memorias dispersas, los textos en los que estaba trabajando al morir en 2004: desde su nacimiento en Alaska pasando por la niñez (“la primera palabra que dije fue luz”), las múltiples mudanzas, hogares, paisajes, parejas, la llegada de los hijos; EEUU, Chile, México; incluido el capítulo “Los problemas de todas las casas en las que he vivido”, cuatro graciosas páginas con detalles de los típicos problemas habitacionales de una mujer que viva con lo puesto sobre lo ya instalado. La segunda parte -“cartas escogidas 1944-1965”- es epistolar, cartas que enviaba a su amigo el profesor de Lengua y literatura Edward Dorn. Detrás de eso, la búsqueda: ordenar el caos, reafirmar el pasado reciente, bucear en lo lejano, recuperar aromas, vivencias, sostenerse frente al pánico del presente, enumerar, hacer un recuento; la vida constituida por peripecias, un inventario de objetos y acciones cotidianas. Si para Berlin leer es “un consuelo íntimo”, para nosotros leerla a ella es exactamente lo mismo.

Novedades de enero

Los Llanos. Federico Falco (Anagrama)
La historia de un hombre que, tras el desamor, abandona todo y se muda a la llanura pura y dura. La huerta, el pueblo cercano, la naturaleza en esencia, el tiempo como directriz. Novela sutil, seductora, sin estridencias, finalista del Premio Herralde 2020.

Un hombre sin patria. Kurt Vonnegut (Cía. Naviera Ilimitada)
Vonnegut reflexiona en estos textos breves, suerte de minimemorias, sobre el arte, la literatura, la política, la guerra, su familia, él mismo, la manera en que estamos destruyendo el planeta, el humanismo. Un libro lúcido, ácido y divertido.

Sugøkusë. Martín Sancia Kawamichi (Evaristo)
Marcia hace tatuajes en el local de una galería. Su oficio la liga con un personaje misterioso que llega con el objetivo de convertir sus párpados en dos pétalos de sangre. Sugøkusë: la siempre poética y maravillosa y efectiva escritura de Martín Sancia Kawamichi.

Cuentos completos. Lorrie Moore (Seix Barral)
Una de las voces actuales más importantes de la larga tradición estadounidense. La brecha que separa a hombres y mujeres, la soledad, los que han dejado de creer en el amor, el humor, la ferocidad, los tan callados deseos íntimos. Todos sus cuentos, reunidos por primera vez.

Cómo provocar un incendio y por qué. Jesse Ball (Sigilo)
La protagonista tiene dieciséis años, a su madre internada en un manicomio, vive en un garaje con su tía anarquista y acaba de ser expulsada del colegio, hasta que toma contacto con la Sociedad del Fuego. Una novela incendiaria, ya desde la tapa comienza el desafío.

El retrato de Verónica G. Andrea Ferrari (Juvenil. Loqueleo)

La imagen publicitaria de Verónica G. provoca admiración y envidia al mismo tiempo que en el mundo explota un movimiento de mujeres contra el mandato de la belleza tradicional. Novela aguda y actual sobre la belleza y las humillaciones para conseguirla.