sábado, 23 de mayo de 2020

Bienvenida a casa, de Lucia Berlín

La de Lucia Berlin es una escritura cándida aunque cuente lo oscuro, elemental, nada ingenua, de un humor sutil, que va al hueso y se desliza con naturalidad, en lo mejor de la línea realista, dura, norteamericana de Carver, Cheever, Hemingway. Las dos selecciones -Manual para mujeres de la limpieza (2019) y Una noche en el paraíso (2016)- se convirtieron en un imprescindible rescate de los setenta y pico de cuentos que publicó en diferentes revistas entre los ’60 y los ‘80: escribía sobre la soledad, el alcohol, los vínculos familiares, el amor y el desamor, los empleos, la metrópolis.

Bienvenida a casa. Apuntes biográficos, fotografías y cartas escogidas es la tercera antología de su obra. No ya una vida parapetada detrás de la ficción, sino una forma  de la autobiografía fragmentaria. Lo dice Jeff, uno de sus hijos, quien tuvo a su cargo la clasificación del material, en el prólogo: Bienvenida a casa es “una sucesión de recuerdos de los lugares donde se había sentido en casa”. Dividido en dos grandes secciones, la primera guarda fotografías y memorias dispersas, los textos en los que estaba trabajando al morir en 2004: desde su nacimiento en Alaska pasando por la niñez (“la primera palabra que dije fue luz”), las múltiples mudanzas, hogares, paisajes, parejas, la llegada de los hijos; EEUU, Chile, México; incluido el capítulo “Los problemas de todas las casas en las que he vivido”, cuatro graciosas páginas con detalles de problemas habitacionales. La segunda parte es la sección epistolar, “cartas escogidas 1944-1965”, en su mayoría a su amigo el profesor de Lengua y literatura Edward Dorn.

Detrás de eso, está la búsqueda: ordenar el caos, reafirmar el pasado reciente, bucear en lo lejano, recuperar aromas, vivencias, sostenerse frente al pánico del presente, enumerar, hacer un recuento; la vida constituida por peripecias, un inventario de objetos y acciones cotidianas. Si para Berlin leer es “un consuelo íntimo”, para nosotros, sus lectores, es pura literatura.


Bombay, de Sandra Siemens

     ¿Es el amor un bien conmensurable, finito, reproducible? ¿De dónde surge el amor? ¿Se desgasta, prospera, alcanza para todos, puede estirarse cual par de zapatos? ¿Qué se esconde detrás de las palabras que pronunciamos, de qué manera expresarnos cuando algo nos supera, nos invade, nos excede? ¿Es eso que creemos el entramado de una familia?

Tales y más son los divagues de una niña cuando observa mariposas, la lluvia a través de la ventana o el tiempo que vuela mientras habla con Bombay, su gato –que bien podría pasar, según su ojo imaginativo, por una pantera proveniente de una tupida selva india– ante la inminente llegada de un hermano (¿para qué sirven los hermanos?, ¿dónde está ese hermano, en la panza, esperando la firma de una partida?) que vendrá a ocupar un espacio que le pertenece, a quitarle su bien ganada corona de “reinita”.

Se llena de preguntas, Elena, ante el oído indiferente de Bombay; con complicidad, con cariño, con empatía felina se empacha de preguntas mientras el gato dormita o caza una laucha, y mamá habla con las plantas, propone el juego de contar vacas o molinos o auto amarillos en un viaje o prepara quinotos en almíbar, y papá piensa caminando alrededor de una mesa, y el perro y el pececito completan el linaje hogareño con su destreza atrapada.

Desde sus cuestionamientos, en su ingenuidad, Elena crece, vive en carne viva la aprehensión de un mundo que no comprende del todo pero llega a vislumbrar por sus hendijas, otea la distancia que separa a los niños de las cosas de ese mundo, mundo que le pertenece y no y que es invadido por un otro, un hermano –hermano con sorpresa incluida, además.

Continuo monólogo interno repleto de sentidos, seductora desde su poética, propositiva más que enunciativa, Bombay, de Sandra Siemens, se quedó con el Premio Barco de Vapor SM, uno de los más respetados del mundo de la literatura infantil y juvenil. Ilustrado por la gran Isol Misenta, está catalogado para más de 7 siete años, rótulo no siempre rígido si de lo que se trata es de trazar interrogantes ante una realidad que se nos planta frente a las narices.


Entrevista a Sergio Olguín

-Como ya sabemos, los hombres no son todos iguales, o en todo caso lo son por oposición. ¿Cómo encuadrarías el título, entonces, en plena época del empoderamiento femenino?

-El título es un intento de apropiarse de un lugar común, un cliché que algunas mujeres repiten sobre los varones. Como la mayoría de los cuentos refieren a vínculos entre varones (padre/hijo, hermanos, amigos) me pareció que era divertido poner a prueba ese lugar y ver cuánto de similitud hay entre los varones.

-Los personajes parecen arrastrados por pequeñas tragedias cotidianas, deudas internas, inquietudes que no terminan de aclarar, les agrada caminar por la cuerda floja.

-Hay cuentos que son o intentan ser humorísticos (“Mi vida como Diego”, “La fabulosa vida de Pinocho”), otros con algún toque de humor, pero el resto creo que son cuentos más bien duros, incluso sombríos. Creo que hay historias que no dejan mucho espacio para el humor o la comedia. Me gusta cambiar el registro de cuento a cuento.

-Tu primer libro (Las griegas, 1999) fue de cuentos. ¿Cómo fue volver al género veinte años después?

-Si bien este es mi segundo libro de cuentos desde hace veinte años, siempre seguí escribiendo cuentos o estructurando capítulos de mis novelas como si fueran historias independientes. Pero es cierto que no escribía tantos cuentos juntos desde hacía mucho tiempo y fue una grata sorpresa la comodidad que sentí con el género. Me dio ganas de seguir escribiendo cuentos.

-Hace poco la editorial programó un evento donde anunciaste la cuarta novela de la saga de Verónica Rosenthal. ¿Para cuándo? ¿Cómo convivís con ese reconocimiento que el personaje ha logrado?

-Espero tener la cuarta novela para comienzos del segundo semestre del año que viene. Disfruto mucho de contar historias de Verónica Rosenthal y de su entorno. Vero tiene sus seguidores y me apuran (por ahora amablemente) para que siga contando sus historias. Me parece genial que los lectores se apropien de un personaje.

-En alguna reseña leí que estos cuentos vienen de la mano de la "escritura ágil que lo caracteriza". ¿Te consideras un autor "ágil"?  Con la acepción que se te ocurra del término.

-Me gustaría ser más agil a la hora de subir las escaleras del subte o para andar en patines, pero como eso es una quimera intento mantener una prosa que pegue saltos, suba y baje sin cansarse ni que canse al lector. No sé si lo logro, pero lo busco.

 


Los hombres son todos iguales, de Sergio Olguín

Veamos: un padre abandona a su familia para convertirse, en su Siam Di Tella, en una versión vernácula de Bonnie and Clyde; Romeo y Julieta reaparecen en una Buenos Aires futurista, distópica y apocalíptica; un comunicador mediático propenso a la falacia (“preferían siempre una mentira ingeniosa a perder tiempo chequeando los datos erróneos”) se convierte en una lectura corrosiva del periodismo actual a través de la figura de Pinocho; dos amigos se reencuentran, después de veinticinco años, en el barrio que los vio crecer, donde ambos lograron esquivar su destino de delincuencia pero...; un fanático de fútbol, perdido en Japón, al que confunden con Maradona; un hombre y una mujer que se reconstituyen y erigen una familia a orillas del mar gracias a una felicidad con fecha de vencimiento; una pareja de periodistas en crisis, hundidos hasta el cuello como dos barcos encallados, tientan al destino desde la escritura o la reproducción; una niña que, en una foto de su tía, ve el misterio que la convertirá en artista y abrirá su camino a la sexualidad; el bullying a un compañero nuevo de escuela; un brooker aburrido de la vida; un hijo que encara el desafío de hacer un asado frente a la implacabilidad de un padre enfermo.

En los once cuentos de Los hombres son todos iguales, de Sergio Olguín viven seres de a pie, queribles incluso hasta en su peor expresión –atendiendo aquella máxima de que no es conveniente juzgar a los personajes–; pueden suceder en un barrio porteño cualquiera, en China, Venecia o Nueva York; instalan el rol de los padres (muchas veces abandónicos), los hermanos, la familia, y lo sazonan con un leve humor que impacta frente al conflicto o la tragedia. Estos hombres y mujeres no son todos iguales, o en todo caso lo son por oposición. En el título anida quizás un prejuicio, un lugar común en el que solemos caer aunque, sabemos, no existe como tal.