jueves, 11 de febrero de 2021

La autora del mes: Valeria Tentoni

Valeria Tentoni nació en Bahía Blanca en 1985. Se graduó como abogada y es periodista y escritora. Desde 2011 coordina la Audioteca de poesía contemporánea. Participó como guionista de El abrigo del viento, de Romina Haurie. Publicó los libros de poesía Batalla sonora (2009), Ajuar (2011) y Antitierra (varias ediciones), Hologramas (2018) y Piedras preciosas (2018, 2019) y los tomos de cuento El sistema del silencio (2012) y Furia diamante (2018, 2019).

 

Fue incluida en distintas antologías como Transfronterizas. 38 poetas latinoamericanas, Penúltimos. 33 poetas de Argentina, Nuevas narradoras argentinas, Lo infraordinario y Extremas.


Indio Solari. Los recuerdos mienten un poco.


Los que crecimos al amparo de la magia ricotera –tres décadas bajo ese pulso- sabemos lo que significan esas letras supuestamente indescifrables, el bailecito en círculos con los brazos flameando, los lacerantes estiletazos de guitarra de Skay Beillinson, la misa, el pogo, la magia. Quizás por eso Los recuerdos mienten un poco se convirtió en un objeto necesario para alimentar ese pulso. Estas memorias llegan luego de El delito americano en versión historieta, retazos de esa obra total que Solari escribe desde hace casi una vida y aún no acepta publicar, y de su último disco, El ruiseñor, el amor y la muerte.

El título del libro proviene de la canción “Perdiendo el tiempo”, del disco dos de Lobo suelto, cordero atado, abre con una cita a Leonard Cohen (“Aunque he olvidado la mitad de mi vida, todavía recuerdo esto”, y, sabemos, toda memoria tiene algo de ficticio en su reconstrucción), y está vertebrado bajo un diálogo entre el fisgón y el confidente, Marcelo Figueras e Indio. “Recuerdos que mienten un poco funciona como el perfecto complemento de la obra solariana”, dijo Figueras: “la hace estallar en mil pedazos, reconfigura cada fragmento y vuelve a ensamblarla en un todo nuevo más amplio”.

Ahí está el mago de mil caravanas, narrando su infancia en la Entre Ríos natal (“Me acuerdo más de eso que de lo que comí anoche”); la mudanza a La Plata, el cine como primera expresión artística, el enamoramiento de “gente grande que tenía actitudes más riesgosas que las mías”; la psicodelia, “infectar la cultura a través del arte”, los años maravillosos “en los que la libertad te brotaba por los ojos”, el pensamiento de izquierda, los primeros años de la troupe ricotera, las situaciones dionisíacas: “uno no quería cambiar la sociedad, quería cambiar al hombre”. Pero, se sabe, amigos, “todo lo que triunfa se transforma en un poster”.

“Yo tengo la suerte”, dice Solari, confesional, autocomplaciente, “de que el público de Los Redondos haya proyectado sobre mí ciertas destrezas o aptitudes (...) que, si yo tuviese que reivindicar en un examen, probablemente no aprobaría”, y saborea: “la ventaja que tiene eso es que te da permiso para ser mejor”.

Intacta su capacidad de analista político, crítico de las estructuras de poder, empático con los marginales. “A veces pienso que la especie humana es un experimento que no salió del todo bien”, dice, y conquista. Lo saben muy bien aquellos que gustan cargarse el mote de ricoteros.

Nunca es demasiado. Fernando Samalea.

 

Baterista, percusionista, bandoneonista, ser espiritual, discípulo de Jodorowsky, hombre de una memoria prodigiosa o de una tenacidad obsesiva por tomar apuntes; vagabundo productivo, hedonista, alguien que “camina absorbiendo el presente”; el que tocó con todos (Melingo, Estelares, Dacal, Lizarazu, Manzanera, Sexteto Irreal, el clan Ortega, miles más), dueño de “todas las vidas que me hubiera gustado tener”, según respalda el crooner francés Benjamin Biolay en uno de los prólogos (el otro corresponde al colombiano Sandro Romero Rey).
Así es como pinta y se pinta Fernando Samalea en Nunca es demasiado. Una larga historia en el rock, tercer y última entrega de una saga que comenzara con Mientras otros duermen (2017) y Qué es un longplay (2015). El libro es una “manera atrevida de vivir otra vez los recuerdos, aun en medio de un presente vertiginoso”, y ese presente incluye centros culturales, teatros, museos, hoteles, bares, aviones y caminatas por Europa, Japón y los EEUU, recitales, reuniones con amigos, personajes del rock y el arte en general, segmentado en una decena de capítulos con extensos subtítulos, no exentos de humor, a la manera de los viajeros del Siglo XIX.
Ese incansable andar acompaña también las vastas ocurrencias de Charly García, “Nuestro Héroe Nacional”, “una usina creativa constante”; la travesía en moto de 11 mil kilómetros por Sudamérica junto a la cantante y artista plástica Marina Fages, veinticuatro conciertos incluidos; o escenas hilarantes, como cuando descubre que un desconocido se ha hecho pasar por él para beber y comer gratis en un bar porteño durante un año. Con citas a Fernando Noy, Marta Minujín y George Gershwin y una cuidada selección de fotografías a color, todo se sumará, como dice Alejandro Terán, “al anecdotario de la vida surrealista del músico”.

Charla con Guillermo Martínez

Fragmento del encuentro mensual de Coda

 


Si uno termina Acerca de Roderer, tu primera novela, y automáticamente empieza Crímenes imperceptibles, se puede encontrar ahí una continuidad: la salida del pueblo y el viaje al exterior, Seldom, la matemática, la lógica, ese hálito de misterio.

Es un pequeño juego que suele haber en mis novelas. En Yo también tuve una novia bisexual se supone que el profesor estudió las dicotomías de la crítica literaria, y en la novela que estoy escribiendo ahora aparece esa idea. Es como si hubiera rastros de una vida diseminadas en varios personajes. Cuando escribí Acerca de Roderer, Seldom era apenas un apellido que se me había ocurrido para darle fundamento a un teorema, y luego construí el personaje de Arthur Seldom a partir de ese nombre.

Se han hecho muchas ediciones de Acerca de Roderer, desde las pocket hasta las de tapa dura.

Tengo una anécdota muy buena sobre esa colección de La Nación.

La de tapa azul.

Exactamente. Yo estaba súper orgulloso de esa edición, porque era como el último nombre entre Borges, Bioy Casares... una colección extraordinaria. Y recuerdo que mi mamá la vio en un kiosco y estaba indignada, porque era muy barata, y entonces me llamó para decirme que no me dejara estafar, que la estaban vendiendo muy barata, y yo le dije: mamá, posiblemente esto es lo mejor que me va a pasar en la vida.

Hay toda una mitología familiar, que ya has contado antes, en torno al certamen literario de entrecasa que organizaba su padre.

Sí, ya estoy un poco condenado a contarlo. Mi papá era muy fanático de la educación. Era docente, lideraba las ferias de ciencias, llevaba a sus alumnos de viaje. Y también lo era con sus hijos. Nos enseñaba matemática moderna. Le gustaba todo: la matemática, la literatura, la economía política. Él era ingeniero agrónomo, pero se especializó en economía política. Era un cuadro del Partido Comunista. Incluso fue candidato a intendente por Bahía Blanca. Fue preso, también. Era un personaje. Cuando murió, con mis hermanos hicimos una antología de sus mejores cuentos. Era un escritor extraordinario, muy imaginativo, tenía mucho humor. Por eso a mí nunca me impresionó mucho Aira, porque veía en Aira los cuentos de mi papá esa clase de imaginación un poco disparatada.

Hermoso personaje.

Sí. Y los domingos hacia un certamen literario de entrecasa. Él nos leía una historia, en general eran los cuentitos del señor Porcel, de Landrú, y después nosotros teníamos como tarea, a partir de ese cuento, imaginar otro final, u otros personajes, alguna variante. Y lo más interesante, para lo que fue mi vida posterior, es que él nos corregía en cinco ítems: originalidad, composición, redacción, prolijidad y ortografía. Saquemos prolijidad y ortografía, que ahora cualquiera se arregla con un procesador de texto. Originalidad, composición y redacción son, para mí, todavía hoy, atributos fundamentales, y no los podría separar. Esa fue una gran lección.

 ¿De donde viene tu amor por el policial, qué encontraste en el género?

No diría que es amor. En la adolescencia leí muchas novelas policiales, y fue uno de los grandes placeres. Luego dejé por completo. Ahora: ¿qué encuentro en la clase de policiales que yo escribo? Encuentro dos o tres características para mí muy interesantes. Por un lado, el pacto entre el autor y el lector, que es un pacto de desafío a la inteligencia, a diferencia de otras novelas, que es un pacto de seducción, donde el lector se entrega un poco a la novela y el autor de algún modo lo envuelve. En el policial, desde el principio, el pacto es de desconfianza, de cajas chinas: hay que leer contra lo que está escrito. Leer entre líneas, poner en jaque. Ese pacto tiene que ver con el ajedrez, y con otra pasión que tengo, que es el ilusionismo.

 ¿El ilusionismo?

 Sí, me resulta fascinante. Está esa idea del acto de ilusionismo que es la novela policial.

 Y el ajedrez en Marlowe, el personaje de Chandler, y en algún cuento policial de Castillo.

Claro, en “La cuestión de la dama en el Max Lange”. Y la otra cuestión, volviendo a la novela policial de intriga, que esto no lo tiene el género negro, es que uno tiene la posibilidad de ver, a través de los personajes, los dobleces de la naturaleza humana. Todos los personajes deben ser vistos como sospechosos y deben escudriñarse los motivos, las coartadas, las excusas, y en el transcurso del relato se van desnudando las personas. Es un elemento muy atractivo, confrontar las apariencias de las personas con su verdadero núcleo.

No sé si sos cabulero o creés en ciertos mitos literarios. Imagino que, después de Los crímenes de Alicia, estarás escribiendo una nueva novela. ¿Podés o querés hablar de eso que estás escribiendo?

Hay escritores que no cuentan por cábala, pero hay otro fenómeno, que no es exactamente una cábala, sino que uno no quiere contar para mantener algo de la trama dentro de sí. La escritura de una novela requiere tener cierta especie de intimidad con el material. Es como que, si uno lo cuenta demasiadas veces, algo se abarata. Igual, yo no tengo ningún problema en contar lo básico de lo que estoy escribiendo.

Bueno, entonces, superada esa barrera, pasemos a lo que estas escribiendo.

Es una novela que se llama La última vez. Tiene mucho que ver con una nouvelle de Henry James, La próxima vez. La trama transcurre prácticamente en Barcelona, en los años ’90. El personaje es un escritor argentino que está en el último tramo de su vida, un poco bajo el cuidado de su agente, que es Carmen Balcells y que aparece como Núria Monclús, el nombre ficticio que le dio José Donoso en su novela El jardín de al lado. Es un escritor que tiene mucho éxito, pero que a su vez tiene la sensación de que nadie terminó de reparar en lo que él quiso decir a lo largo de su vida. Es una novela sobre el malentendido. Un malentendido entre lo que el escritor cree que dice, lo que los lectores deciden creer que está escrito, lo que los críticos toman para juzgar una obra. La distancia entre lo sintáctico y la interpretación. Un poco lo que desarrollo Borges en “Pierre Menard”. Lo que uno escribe versus aquello que luego se lee. Alguien que es leído, pero por las razones equivocadas.

Novedades de febrero

Civilizaciones. Laurent Binet (Seix Barral)

Laurent Binet, autor de esa excelente novela que es HHhH (Premio Goncourt de Primera Novela) vuelve al pasado en esta simbiosis de erudición histórica e imaginación desbordante. Civilizaciones está ambientada en 1531, con la llegada de Atahualpa a la España del emperador Carlos V. ¿Cómo habría sido la historia si el Imperio Inca hubiera conquistado Europa?


La preparación de la aventura amorosa. Francisco Bitar (Tusquets)

Cerro se encuentra, a los treinta y pico, de nuevo en el punto de partida de su vida y se pregunta qué es el amor. Entre la insatisfacción y el deseo, ahondará en las huellas de la infancia y la adolescencia y recorrerá ciertos capítulos de su vida. Una historia mínima narrada con una escritura poética y despojada de este joven cuentista, poeta y cronista santafesino.


El hotel de los animales. Jean Garrigue (La Bestia Equilatera)

El hotel de los animales es la única novela de la poeta norteamericana Jean Garrigue. Construida a modo de fábula, es su obra maestra, de gran elegancia verbal, que bordea lo poético, y con un ingenio admirable. Nacida en 1912 y muerta sesenta años después, Garrigue fue “uno de los misterios literarios más importantes del siglo XX”.


Baltasar contra el olvido. Mauricio Koch (Obloshka)


La vida en un pueblo puede limar la existencia de muchos. Más aún si esa vida fue marcada por el asesinato de la madre, y, con ello, la fractura de las intimidades, los estigmas de las clases sociales y las inevitables huellas de los que ostentan el poder. Una voz en primera persona cautivante, oral, cotidiana y pueblerina, que amiga con ese personaje narrador siempre a la busca de una nueva chance: la lucha por la memoria desde la escritura o el dibujo o la evocación.