Fragmento del encuentro mensual de Coda
Si uno termina Acerca
de Roderer, tu primera novela, y automáticamente empieza Crímenes imperceptibles, se puede
encontrar ahí una continuidad: la salida del pueblo y el viaje al exterior, Seldom,
la matemática, la lógica, ese hálito de misterio.
Es un pequeño
juego que suele haber en mis novelas. En Yo
también tuve una novia bisexual se supone que el profesor estudió las
dicotomías de la crítica literaria, y en la novela que estoy escribiendo ahora
aparece esa idea. Es como si hubiera rastros de una vida diseminadas en varios
personajes. Cuando escribí Acerca de
Roderer, Seldom era apenas un apellido que se me había ocurrido para darle
fundamento a un teorema, y luego construí el personaje de Arthur Seldom a
partir de ese nombre.
Se han hecho muchas ediciones de Acerca de Roderer, desde
las pocket hasta las de tapa dura.
Tengo una
anécdota muy buena sobre esa colección de La
Nación.
La de tapa azul.
Exactamente. Yo
estaba súper orgulloso de esa edición, porque era como el último nombre entre
Borges, Bioy Casares... una colección extraordinaria. Y recuerdo que mi mamá la
vio en un kiosco y estaba indignada, porque era muy barata, y entonces me llamó
para decirme que no me dejara estafar, que la estaban vendiendo muy barata, y
yo le dije: mamá, posiblemente esto es lo mejor que me va a pasar en la vida.
Hay toda una mitología familiar, que ya has contado
antes, en torno al certamen literario de entrecasa que organizaba su padre.
Sí, ya estoy un
poco condenado a contarlo. Mi papá era muy fanático de la educación. Era
docente, lideraba las ferias de ciencias, llevaba a sus alumnos de viaje. Y
también lo era con sus hijos. Nos enseñaba matemática moderna. Le gustaba todo:
la matemática, la literatura, la economía política. Él era ingeniero agrónomo,
pero se especializó en economía política. Era un cuadro del Partido Comunista. Incluso
fue candidato a intendente por Bahía Blanca. Fue preso, también. Era un
personaje. Cuando murió, con mis hermanos hicimos una antología de sus mejores
cuentos. Era un escritor extraordinario, muy imaginativo, tenía mucho humor.
Por eso a mí nunca me impresionó mucho Aira, porque veía en Aira los cuentos de
mi papá esa clase de imaginación un poco disparatada.
Hermoso personaje.
Sí. Y los
domingos hacia un certamen literario de entrecasa. Él nos leía una historia, en
general eran los cuentitos del señor Porcel, de Landrú, y después nosotros
teníamos como tarea, a partir de ese cuento, imaginar otro final, u otros
personajes, alguna variante. Y lo más interesante, para lo que fue mi vida
posterior, es que él nos corregía en cinco ítems: originalidad, composición,
redacción, prolijidad y ortografía. Saquemos prolijidad y ortografía, que ahora
cualquiera se arregla con un procesador de texto. Originalidad, composición y
redacción son, para mí, todavía hoy, atributos fundamentales, y no los podría separar.
Esa fue una gran lección.
¿De donde viene tu amor por el policial, qué
encontraste en el género?
No diría que es
amor. En la adolescencia leí muchas novelas policiales, y fue uno de los
grandes placeres. Luego dejé por completo. Ahora: ¿qué encuentro en la clase de
policiales que yo escribo? Encuentro dos o tres características para mí muy
interesantes. Por un lado, el pacto entre el autor y el lector, que es un pacto
de desafío a la inteligencia, a diferencia de otras novelas, que es un pacto de
seducción, donde el lector se entrega un poco a la novela y el autor de algún
modo lo envuelve. En el policial, desde el principio, el pacto es de
desconfianza, de cajas chinas: hay que leer contra
lo que está escrito. Leer entre líneas, poner en jaque. Ese pacto tiene que ver
con el ajedrez, y con otra pasión que tengo, que es el ilusionismo.
¿El ilusionismo?
Sí, me resulta
fascinante. Está esa idea del acto de ilusionismo que es la novela policial.
Y el ajedrez en Marlowe, el personaje de Chandler, y
en algún cuento policial de Castillo.
Claro, en “La
cuestión de la dama en el Max Lange”. Y la otra cuestión, volviendo a la novela
policial de intriga, que esto no lo tiene el género negro, es que uno tiene la
posibilidad de ver, a través de los personajes, los dobleces de la naturaleza
humana. Todos los personajes deben ser vistos como sospechosos y deben escudriñarse
los motivos, las coartadas, las excusas, y en el transcurso del relato se van
desnudando las personas. Es un elemento muy atractivo, confrontar las
apariencias de las personas con su verdadero núcleo.
No sé si sos cabulero o creés en ciertos mitos literarios.
Imagino que, después de Los crímenes de
Alicia, estarás escribiendo una nueva novela. ¿Podés o querés hablar de eso
que estás escribiendo?
Hay escritores
que no cuentan por cábala, pero hay otro fenómeno, que no es exactamente una cábala,
sino que uno no quiere contar para mantener algo de la trama dentro de sí. La
escritura de una novela requiere tener cierta especie de intimidad con el
material. Es como que, si uno lo cuenta demasiadas veces, algo se abarata. Igual,
yo no tengo ningún problema en contar lo básico de lo que estoy escribiendo.
Bueno, entonces, superada esa barrera, pasemos a lo
que estas escribiendo.
Es una novela
que se llama La última vez. Tiene
mucho que ver con una nouvelle de Henry James, La próxima vez. La trama transcurre prácticamente en Barcelona, en
los años ’90. El personaje es un escritor argentino que está en el último tramo
de su vida, un poco bajo el cuidado de su agente, que es Carmen Balcells y que
aparece como Núria Monclús, el nombre ficticio que le dio José Donoso en su
novela El jardín de al lado. Es un
escritor que tiene mucho éxito, pero que a su vez tiene la sensación de que nadie
terminó de reparar en lo que él quiso decir a lo largo de su vida. Es una
novela sobre el malentendido. Un malentendido entre lo que el escritor cree que
dice, lo que los lectores deciden creer que está escrito, lo que los críticos
toman para juzgar una obra. La distancia entre lo sintáctico y la
interpretación. Un poco lo que desarrollo Borges en “Pierre Menard”. Lo que uno
escribe versus aquello que luego se lee. Alguien que es leído, pero por las
razones equivocadas.