Eugenia Almeida nació en Córdoba en 1972. Poeta, narradora, periodista y docente. Lleva adelante la columna radial “Las palabras y las cosas” en la FM de la Universidad Nacional de Córdoba. Ha publicado las novelas El colectivo, La pieza del fondo y La tensión del umbral, el tomo de poesía La boca de la tormenta y el ensayo Inundación. El lenguaje secreto del que estamos hechos. Ha obtenido el Premio Internacional de Novela Dos Orillas, el Premio Alberto Burnichón y el Premio Transfuge (Francia) y fue finalista del Prix des lecteurs et lectrices Critiques Libres.com 2010, del XVII Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos y del Prix des lectures de la ville de Vincennes.
martes, 4 de mayo de 2021
Federico Jeanmaire
Federico Jeanmaire nació en Baradero en 1957. Es Licenciado en Letras, ha sido profesor en la Universidad de Buenos Aires y ejerce como bibliotecario. Es autor de las novelas Miguel (finalista del Premio Herralde), Prólogo anotado, Montevideo, Mitre (Premio Especial Ricardo Rojas), Papá, Países Bajos, Vida interior (Premio Emecé), Más liviano que el aire (Premio Clarín), La guerra civil, Fernández mata a Fernández, Las madres no les decimos esas cosas a las hijas, Tacos altos y Amores enanos, entre otros títulos de ensayos y libros para niños. Ha sido becado en varias oportunidades, lo que le permitió vivir en distintos países de Europa.
Entrevista a Ariel Dilon
Encuentro mensual de Coda
¿Cómo fue traducir lo que uno sospecha es un despelote verbal del París de 1959 a las jergas argentas?
La copia idéntica en otro momento del tiempo.
Claro. Lo que uno hace es imaginar qué libro sería este si estuviera escrito en mi lengua. Y ahí coincidían dos factores. Uno, es que no es posible trasladar semejante repertorio de argots y de palabras inventadas a una lengua “neutra”. Es imposible que el famoso español neutro dé cuenta de esa libertad de invención, porque no tiene las herramientas. En cambio, teniendo cierta noción del francés, uno se da cuenta de que equis palabra podría ser tal. Familiaridad, ternura, humor, el color descriptivo de las palabras. La lengua provinciana, local, con la que crecemos, con la que nos formamos, jugamos, compartimos experiencias todos los días. La historia de Zazie es tan caprichosa, tan absurda y tan juguetona que todo descansa en la lengua en que está escrita.
Es una lectura de la que, sabés como lector, se te van a escapar cosas. Eso implica un esfuerzo.
Es que naturalizar las opciones de Queneau habría implicado aplanarlo, convertirlo en un libro escrito en Argentina, y habría perdido toda su singularidad. A los lectores se les puede pedir ese esfuerzo, así como a nosotros nos pasa con algo traducido en España. No le podemos pedir a Javier Marías que escriba en porteño porque nosotros no toleramos que haya un “gilipolla”. Y viceversa: ellos se tienen que bancar nuestros “boludo”. Hay que estar dispuesto al corrimiento de los propios códigos, del propio ambiente, y leer algo que esté dislocado, como ocurre con toda la literatura de vanguardia y como ocurre con esta novela. Y que a pesar de que haya un pendorcho, un cagón, un purreta, uno sienta que eso es París, y que los personajes no son de acá a la vuelta, sino que son con como los de acá a la vuelta, porque hay algo universalmente humano, pero tienen su lugar de pertenencia. Aunque sean inventados, porque no tenemos la certeza de que Queneau haya retratado la sociedad francesa de 1959. Retrató más que nada su cabeza.
Es que, e insisto con esto, Zazie desafía al lector, lo incomoda. Aquello que dijo Queneau, “en Zazie en el metro hice lo que me dio la gana”.
Hay que empezar por comprender que Queneau no les dio la más mínima ayuda a sus lectores. No sólo que la novela tiene un léxico muy extravagante, muy complejo y muy híbrido, sino que además hay saltos temporales, cambios de escenarios abruptos. Eso es parte del haber hecho lo que se le dio la gana. Es como si no hubiese rendido tributo a ninguna reclamación de verosimilitud, como si las conexiones entre una parte y otra del libro fueran completamente internas, respondieran a un capricho poético. No hay ningún tramite, no hay escenas de pasaje que informen. Queneau da el salto y le pide al lector que dé el salto con él, que se suelte, que disfrute con eso. Incluso hay un personaje que cambia de personalidad, de nombre, que es y no es el mismo. Toda clase de caprichos.
Y Queneau se ríe de nosotros como lectores, porque es muy metatextual la novela.
Sí. Incluso hay un momento en que uno de los personajes insulta al autor y enseguida le pide perdón.
Y en un mismo guión de diálogo hablan dos personajes.
Es como si fuera un músico que, además de inventar la melodía y el compás, inventara el sistema de notación. Ese fragmento que decís es un invento de la notación. Porque nosotros no podemos más que leer linealmente, primero al uno, luego al otro, y después, en la aclaración de dialogo, al narrador. Hay tres voces en una misma línea. Porque la lengua es lineal. Y al mismo tiempo hay un comentario jocoso sobre la propia imposibilidad de hacer esto.