sábado, 23 de mayo de 2020

Los hombres son todos iguales, de Sergio Olguín

Veamos: un padre abandona a su familia para convertirse, en su Siam Di Tella, en una versión vernácula de Bonnie and Clyde; Romeo y Julieta reaparecen en una Buenos Aires futurista, distópica y apocalíptica; un comunicador mediático propenso a la falacia (“preferían siempre una mentira ingeniosa a perder tiempo chequeando los datos erróneos”) se convierte en una lectura corrosiva del periodismo actual a través de la figura de Pinocho; dos amigos se reencuentran, después de veinticinco años, en el barrio que los vio crecer, donde ambos lograron esquivar su destino de delincuencia pero...; un fanático de fútbol, perdido en Japón, al que confunden con Maradona; un hombre y una mujer que se reconstituyen y erigen una familia a orillas del mar gracias a una felicidad con fecha de vencimiento; una pareja de periodistas en crisis, hundidos hasta el cuello como dos barcos encallados, tientan al destino desde la escritura o la reproducción; una niña que, en una foto de su tía, ve el misterio que la convertirá en artista y abrirá su camino a la sexualidad; el bullying a un compañero nuevo de escuela; un brooker aburrido de la vida; un hijo que encara el desafío de hacer un asado frente a la implacabilidad de un padre enfermo.

En los once cuentos de Los hombres son todos iguales, de Sergio Olguín viven seres de a pie, queribles incluso hasta en su peor expresión –atendiendo aquella máxima de que no es conveniente juzgar a los personajes–; pueden suceder en un barrio porteño cualquiera, en China, Venecia o Nueva York; instalan el rol de los padres (muchas veces abandónicos), los hermanos, la familia, y lo sazonan con un leve humor que impacta frente al conflicto o la tragedia. Estos hombres y mujeres no son todos iguales, o en todo caso lo son por oposición. En el título anida quizás un prejuicio, un lugar común en el que solemos caer aunque, sabemos, no existe como tal.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario