Tales y más
son los divagues de una niña cuando observa mariposas, la lluvia a través de la
ventana o el tiempo que vuela mientras habla con Bombay, su gato –que bien podría
pasar, según su ojo imaginativo, por una pantera proveniente de una tupida
selva india– ante la inminente llegada de un hermano (¿para qué sirven los
hermanos?, ¿dónde está ese hermano, en la panza, esperando la firma de una
partida?) que vendrá a ocupar un espacio que le pertenece, a quitarle su bien
ganada corona de “reinita”.
Se llena de
preguntas, Elena, ante el oído indiferente de Bombay; con complicidad, con
cariño, con empatía felina se empacha de preguntas mientras el gato dormita o
caza una laucha, y mamá habla con las plantas, propone el juego de contar vacas
o molinos o auto amarillos en un viaje o prepara quinotos en almíbar, y papá
piensa caminando alrededor de una mesa, y el perro y el pececito completan el
linaje hogareño con su destreza atrapada.
Desde sus
cuestionamientos, en su ingenuidad, Elena crece, vive en carne viva la
aprehensión de un mundo que no comprende del todo pero llega a vislumbrar por
sus hendijas, otea la distancia que separa a los niños de las cosas de ese
mundo, mundo que le pertenece y no y que es invadido por un otro, un hermano –hermano
con sorpresa incluida, además.
Continuo
monólogo interno repleto de sentidos, seductora desde su poética, propositiva
más que enunciativa, Bombay, de
Sandra Siemens, se quedó con el Premio Barco de Vapor SM, uno de los más
respetados del mundo de la literatura infantil y juvenil. Ilustrado por la gran
Isol Misenta, está catalogado para más de 7 siete años, rótulo no siempre
rígido si de lo que se trata es de trazar interrogantes ante una realidad que
se nos planta frente a las narices.
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